En todas las celebraciones oficiales, en las
reuniones de familia y, casi en cualquier fiesta, el abuelo aprovechaba para
contar su primer y último viaje a Europa. Fue en Madrid—decía con voz
ilusionada— donde conocí a Mario. Gracias a él, pude presenciar una de las
fiestas más bonitas que he visto nunca. Yo era por aquel entonces un modesto
mecánico y como me había casado muy joven ya tenía a mis vástagos y mi
obligación era la de mantener a mi familia. Me dedicaba a hacer troqueles en mi
tiempo libre y era un maestro manejando el torno y la fresadora, así que, en la
fábrica de baleros o cojinetes, como se llaman en realidad, el ingeniero
Fuentes me hizo la proposición:
“Véngase con nosotros
a España, don Alberto. Necesitamos que nos diga si los trabajadores podrían
usar la maquinaria que queremos comprar en Europa”.
No necesitaron
rogarme mucho porque en cuanto se lo comenté a Laura, mi esposa, ella se puso
contentísima y me dijo que le trajera un abrigo de mink para presumírselo a las
vecinas. Salimos de México en la última semana de mayo, llegamos directamente a
Madrid y el primer día, nada más bajarnos del avión, en lugar de ir al hotel
nos llevaron a los toros y no me lo va a creer, pero llegamos a lo que después
llamaron “La corrida del siglo”. La verdad, yo no sé mucho de toros y no me
imagino por qué se les hizo tanta publicidad a los matadores esos. Bueno, a lo
que iba, resulta que al día siguiente nos llevaron a la empresa para ver las
máquinas.
A mí me gustó mucho
que todo estuviera en sistema decimal porque en México sólo teníamos las
mentadas pulgadas del sistema inglés, que las usábamos como jugando a las
matemáticas, a los famosos quebrados, ya sabe, que, si
media aquí, tres cuartos allá, un octavo por acá, en fin. Les hice unas
tuercas, unos tornillos sin fin, unos árboles de levas y unos martillitos con
los fierros viejos que estaban tirados por ahí. Todos quedaron muy
contentos y el empresario Don Ramiro le dijo al ingeniero Fuentes que me
ascendiera nada más llegar a la fábrica porque, como decía, gracias a mí iban a
hacer un negociazo. Y en realidad así fue, esos tornos y fresas deben seguir en
uso hasta la fecha. Los siguientes días estuvimos paseando y como nos habían
pagado los viáticos por un mes, pues aprovechamos para visitar muchos lugares
famosos como El Prado, la rotonda del hotel Palace y El jardín del retiro.
Probamos toda la comida que pudimos y, a la semana, ya no podíamos estar sin
comer chile, ya sabe cómo somos nosotros, que sin picante no nos sabe la comida
a nada. Al final, hasta eso nos consiguieron, nos trajeron de no sé dónde, unas
salsas de habanero que nos picaban más, allá del otro lado del charco, que aquí
en nuestra tierra.
Visitamos Toledo,
sacamos un montón de fotos y, un día, sería la segunda semana de junio, don
Mariano nos dijo que se iba a su tierra a las fiestas de Les fogues de Sant
Joan y que si lo queríamos acompañar con todo gusto nos llevaba. Don Ramiro se
quedó en Madrid porque sus nuevos socios lo habían invitado a Barcelona. El
ingeniero Fuentes y yo nos fuimos a Alicante con Don Mariano que nos presentó a
Mario su primo. De este Mario es precisamente del que les empecé a contar, pero
como yo soy muy dicharachero, me van ustedes a perdonar, le he dado muchas
vueltas para llegar hasta aquí. Pues, él, era muy joven, tenía una mirada muy
viva y le encontramos un parecido con un cantante muy famoso y por eso le
pusimos el apodo de Palito Ortega.
“Mi abuelo siempre
bromeaba y trataba de hacer reír a la gente, aunque tenía sus ataques de mal
humor, por lo regular, intentaba comprender a las personas o aclarar las
situaciones y usaba su sentido común para enderezar las cosas. Después de su
fallecimiento encontramos una pequeña caja de cartón donde guardaba con mucho
celo algunos recuerdos de su viaje a España, es que en un compartimiento
secreto que había hecho en el fondo, había tres cartas de una mujer de apellido
Villanueva, Estela López Villanueva que era la hermana de Mario y había tenido
un romance con mi abuelo. Al parecer, según las deducciones de mi padre, quien
fue el que las descubrió, cuando mi abuelo llegó a Alicante en vísperas de la
fiesta de las hogueras de San Juan, fue a comer a casa de la familia López y
conoció a Estela. Mi abuelo se refería a ella como a una mujer con una voz muy
bonita, finita y con buen carácter.
En la foto y en las
cartas, dos escritas en Alicante y una recibida en México por correo, se ve
claramente que Estela era completamente diferente de como la describía el
abuelo, pues no era finita ni tenía la cara dulce e infantil, al contrario, era
una mujer con un cuerpo muy fértil, atractiva y con un halo de mujer fatal que
seguramente volvió loco al abuelo, pues siempre se había caracterizado por ser
un seductor, sujetado sólo por las riendas del matrimonio, pero era por todos
conocido el efecto que causaba su amable voz y su bigote de revolucionario en
las mujeres. Pues, creemos que al contar tan lentamente su participación en la
fiesta de las hogueras de San Juan, lo único que hacía era rememorar los
momentos en que tuvo su relación con Estela y el brillo de nostalgia que todos
veíamos en sus ojos, no era más que las caricias de aquellas manos y los
apasionados besos que se dieron”.
Pues, Palito Ortega
nos llevó a su casa y ahí nos recibieron con una comida deliciosa, habían
preparado una paella con mariscos y una jarra enorme de sangría. El ingeniero
Fuentes me había invitado una vez a un restaurante español en el centro
histórico en el D.F y, por eso, dijo que ya teníamos la oportunidad de comparar
las famosas paellas y las sangrías del restaurante La Valenciana con una de
verdad. Se la pasó toda la tarde alabando la comida, hizo sus acostumbradas
bromas y por la noche nos llevaron a un hostal muy antiguo que nos recordó a la
ciudad de Guanajuato. Pasamos una noche muy tranquila, pero al día siguiente
llegaron por nosotros Mario y Estela para ir a la inauguración de las hogueras
de San Juan. Estelita había sido una finalista en la elección de la Bellea del
Fogue hacía dos años y dijo que en esas fiestas y, por tratarse de nosotros, se
pondría su vestido e iría a la inauguración con su ropa de festejo. La cosa
empezaba en la noche con la presentación de unas estatuas enormes de un
material de yeso y madera, Mario me dijo que las quemaban y que se presentaban
dos ejemplares: una grande y su reproducción en pequeño. También, me aclararon
que había un museo donde se conservaban las estatuas ganadoras. Ese día y los
siguientes anduve todo el tiempo con Estelita que me había prometido contarme,
de pe a pa, toda la tradición. Gracias a ella pude probar las cocas saladas que
era como botanas o remedos de pizza o simplemente chiles dulces con embutidos y
otras cosas que no les describo para que no se les haga la boca agua.
Con mis
anfitriones pasé unos días muy alegres e interesantes. Pude ver la plantá con
toda esa gente trabajando para colocar las enormes figuras de personajes de
todo tipo que parecían de verdad, vi con mis propios ojos, perdón por la
redundancia, a los labradores y sus compañeras, además a las damas de gala que
iban re-que-te arregladas y parecían sacadas de las películas de Sarita
Montiel, luego acompañé a Mario y su hermana a hacer la ofrenda de flores a la
Virgen del Remedio, que es la patrona de Alicante, más o menos como nuestra Virgen
de Guadalupe, después fuimos a la entrega de los premios y aplaudimos cada vez
que anunciaban una categoría y el puesto que había ocupado la hoguera. Mario
tenía unos amigos que habían hecho una de esas estatuas, pero no ganaron nada,
y, ya para terminar presenciamos los cohetazos o chupinazos esos que casi nos
reventaron los oídos y la cremá, o sea, la cremación o quema. Daba un poco de
lástima ver cómo se consumían con el fuego esas obras de arte, pero la gente
estaba feliz y el ingeniero Fuentes y yo también, pues nunca habíamos visto
nada parecido. Luego ya volvimos a la capital, a las actividades, y si alguien
me pregunta si le traje el abrigo de mink a mi mujer, pues tendré que confesar
que no lo pude conseguir por andar en la fiesta, pero traje un montón de dulces
y recuerdos que a todo mundo le encantaron.
“Así contaba su viaje el abuelo y se lo sabía
de memoria, en ocasiones le fallaban algunos detalles, sobre todo los últimos
años, pero de las mil veces que lo habrá narrado, se podría decir que lo había
hecho de esa manera. ¿Cómo volvió de España el abuelo? —le preguntábamos a la
abuela y ella nos respondía que se había transformado por completo, que era
como si se hubiera ido un hombre y hubiera vuelto otro, pero que la gente sólo
notaba un nuevo brillo en sus ojos. En ocasiones, el abuelo Alberto se
encerraba durante una hora en su habitación y pedía que no lo molestaran. Podía
acabarse el mundo y él no salía, aunque eso le costara la misma vida. Creo que
las siguientes líneas de las cartas que recibió podrían explicar mejor la causa
de su encierro, y la pena que comenzó a marchitar el alma de la abuela Laura.
Cuando los veíamos juntos, teníamos la impresión de que seguían amándose como
siempre —dice mi padre—, pero en realidad la abuela llevaba una pena terrible
por dentro, al final ese dolor la mató y falleció antes que el abuelo. Dejo
aquí el contenido de las cartas de Estela para que puedan hacer conjeturas”.
Primera carta.
Querido Alberto:
Me ha causado una
fuerte impresión lo que me dices en tu carta. Tu declaración me hace muy feliz
porque tú también me robaste el corazón desde que te vi llegar con mi hermano.
Lo que dices de mí me agrada y yo también tengo ganas de estrecharte en mis
brazos. No te preocupes por tu situación, entiendo perfectamente que lo nuestro
es imposible, pero si has oído esa frase:
“Hay razones
del corazón que la razón no entiende”.
Y es lo que me pasa a
mí, sabrás que, aunque lo nuestro sea breve, durará por siempre. Sé que es un
poco cursi decirlo, pero es lo que siento. Anoche antes de irte, cuando estabas
despidiéndote de mí y me apretaste la mano, sentí que me ibas a llevar contigo.
No quería resistirme y fue por eso que di un paso sin quererlo. Tú te reíste
mucho, pero el ingeniero Fuentes llevaba prisa, así que nadie notó el desliz.
Mañana cuando vayamos a las barracas podremos conversar con más libertad.
Espero que llegue el día de mañana.
Segunda carta.
Amor mío:
La experiencia de
ayer fue increíble, nunca me imaginé que un hombre pudiera ser tan tierno con
una mujer. No pude dormir por estar pensando en ese encuentro tan bello. Me
estremezco al recordar tus caricias y creo que me será muy difícil aceptar tu
partida. Como me dijiste ayer, tu estancia en Alicante se termina porque pasado
mañana vuelves a México. Me gustaría irme contigo a Madrid y luego al fin del
mundo, sin embargo, es imposible. Nunca podré olvidarte y creo que podría
esperarte lo que fuera necesario. Sé que, para ti, tu familia es todo y que la
distancia nos hará olvidar lo que sucedió, pero me gustaría que fuera posible
lo imposible. Que pudiéramos estar juntos y quedarnos uno al lado del otro para
siempre. No sabes cómo me duele esta despedida. No sé si podré mantenerme firme
cuando nos despidamos mañana, Será la prueba más dura de mi vida. Te amo.
Tercera carta.
Querido Alberto:
Han pasado seis meses
desde que te fuiste a tu país y quiero que sepas que ha sido un infierno vivir
sin ti, es por eso y, para evitar que te divorcies, que te envió dos cosas con
la presente misiva. La primera es una fotografía mía para que revivas el
momento de nuestra unión, estoy con el traje que te gusta tanto con esos rollos
de encaje en la cabeza, como me decías después de que hicimos el amor. Tu
fotografía me encanta, te ves muy guapo con tu mono de color azul, con esas
mangas arremangadas y tu enorme torno en pleno funcionamiento, me vuelve loca
la expresión de alegría que muestras al ser sorprendido por la lente, me
recuerda tu cara cuando te pregunté qué harías si yo fuera tu esposa. La
segunda cosa es menos alegre. Te comunico que pienso casarme. He conocido a un
chico que es abogado, es muy amable y trabaja mucho, no se parece nada a ti,
por eso creo que podré vivir con él sin olvidarte. Siento mucho que el destino
nos haya puesto tan lejos al uno del otro, pero quiero que sepas que, a pesar
de la distancia nuestros corazones estarán unidos hasta el final.
Siempre tuya, Estela.
El abuelo siempre
quiso regresar a España, nunca reunió el dinero suficiente para el viaje y cayó
con regularidad en sus lapsos de adormilamiento y de mal humor. Tal vez,
quisiera regresar para ver a Estela y pedirle que dejara a su marido y que se
escapara con él. Quizás no pudo soportar el silencio que le creó infinidad de
dudas sobre el destino de su amada y comenzó su lucha para no perder el juicio.
Podríamos hacer muchas hipótesis, pero la verdad es que siempre se mantuvo
firme aparentando y encubriendo su dolor, gracias al constante recuerdo de su
unión con Estela, quién le cambió la vida por completo y lo acompañó hasta el
último día porque sus palabras al morir fueron:
“Estela, muéstrame
Les fogues de Sant Joan”.
Lau, muchas gracias por publicar mi cuento. Un abrazo.
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