Todos
aman a Margarita ¿y cómo no hacerlo? Ella es una dulce y abnegada mujer que ha
dedicado su vida entera a ayudar al prójimo.
Hace
muchos años, cuando en mi país los niños no comían todos los días, los viejos
se morían de hambre y las niñas preñadas eran objeto de escarnio, Margarita
fundó Los Piletones. Los ricos, entonces, pudieron descansar sus conciencias en
ese plato de comida caliente que los eternos olvidados recibían cada día.
Los
desamparados, entonces, encontraron un lugar en el que matar el hambre que los
mataba. Llegaban allí con sus panzas rugientes, sus labios quebrados y sus ojos
llorosos y, poco después, partían con su avidez saciada.
Margarita
no claudicó nunca en su lucha contra el hambre; pero sigue existiendo. Los
niños, con sus pancitas vacías, recorren las calles de la ciudad de Buenos
Aires buscando un lugar al que pertenecer. La sociedad, egoísta e indiferente, los acusa de su pobreza. Los
viejos, enfermos y cansados, esperan la llegada del final. Las niñas, con sus
pancitas llenas de niños y siempre hambreadas, desconocen su destino.
Margarita
desespera, pide ayuda, suplica y baja la cabeza para seguir revolviendo el guiso
diario que recibirán los eternos olvidados.
***
Hoy,
pocos se animan a decir que aman a Milagro, ¿y cómo hacerlo? La prensa
dominante, los grupos de poder, los que no saben de carencias y siempre odian
la han convertido en un monstruo.
Es
que Milagro no es humilde, es una india orgullosa y luchadora que ha guerreado
cuerpo a cuerpo con la pobreza, el desamparo y la exclusión y les ha ganado. La
odian, porque la Túpac Amaru, su organización, lucha contra un sistema político
clientelista y apela al fin de la marginalidad. La odian, porque su cantri alberga a miles de desamparados
que, por primera vez en generaciones, pueden nadar en piletas de natación,
acceder a múltiples deportes, ir a la escuela y llegar a las universidades. La
odian, porque Milagro decidió no competir con el Estado, sino ocupar los
espacios en los que este falla, o a los que ignora.
Milagro
fue una chica de la calle, consumió drogas, robó y estuvo presa. Tocó fondo y,
desde allí, solo pudo escalar. Cuando comenzó su lucha, vivió con más de
treinta niños en su precaria vivienda, les daba de comer y los ayudaba a dejar
el “choreo”, las drogas y la miseria. La india fue un milagro para las clases
más pobres y desamparadas del Jujuy.
Cuando,
a partir de 2003, el Estado recordó sus funciones decidió incorporar estos
movimientos sociales en su agenda. La Túpac Amaru siguió creciendo, los
marginados de siempre encontraron un lugar en el mundo y Milagro siguió
luchando. Cuando, en 2015, el Estado volvió a olvidar el para qué de su
existencia, el odio tomó el poder y, antes de que el pueblo saliera de su
estupor, acusó a la india de chorra, narcotraficante y asesina. Sin que mediara
un juicio justo Milagro fue encarcelada y privada de todos los derechos que nos
protegen como sociedad.
Milagro
es nuestra primera presa política en Democracia, y eso da vergüenza.
“Nos
están desmembrando, como a Túpac Amaru” dijo hace unos días; y las heridas que
la quebrantan enorgullecen a quienes la odian y laceran a quienes la amamos.
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