Muchos
años pasaron desde que, con el entusiasmo de la juventud, decidió hacer un
largo viaje, que la depositó frente al Mediterráneo, en la bella ciudad de
Alicante, para celebrar allí la presentación de un nuevo libro y, festejar las
<<Fogueres de Sant Joan>>. En ese lugar, casualmente se enamoró por
primera vez de un dulce muchacho de mirada pícara que nunca olvidó. Fue su
primer amor, fue el que delicadamente le enseñó a besar, fue el que despertó en
ella sensaciones que nunca más experimentó. Pero la magia terminó, las hogueras
se apagaron, y aunque ellos no lo supieran, dejaron en ambos una chispa
encendida que ni el tiempo ni la distancia pudo apagar.
Cada uno regresó a su hogar, a su vida de
siempre y el tiempo pasó. La nieve de muchos inviernos cubrió sus cabellos y
muchos otoños dejaron nervaduras en la antes sedosa y tersa piel.
En
las noches de insomnio ella recuerda aquel encuentro y siente aún el temblor en
el cuerpo al pensar en esa noche de pasión, con aquel que fue y será por
siempre su único amor, aunque ambos hayan tomado caminos diferentes. Tal vez él
también la recuerde. Desearía que fuera así.
El
avión procedente de Argentina, previa escala, deposita a Brisa en Alicante.
Mientras
recorre con el taxi el camino hacia el hotel, no deja de maravillarse con la
belleza de ese lugar del que tanto ha escuchado hablar a su abuelo.
El
chofer va haciendo las veces de guía turístico:
—A
su izquierda señorita, tiene usté el Monte Benacantil donde no podrá dejar de
visitar el Castell de Santa Bárbara.
—Maravilloso—
contesta Brisa con los verdes ojos iluminados, recorriendo ese monte de aristas
irregulares que le trae el recuerdo del color ocre de las mesetas patagónicas,
de donde provienen sus ancestros.
—El
Castillo es un símbolo de nuestra ciudad, corona la cumbre del monte.
—Ah,
sí, cada lugar tiene algo especial. Donde mi abuelo pasó su niñez y
adolescencia, en el sur argentino, en una ciudad costera, el ícono es un faro,
él siempre lo recuerda con nostalgia. Cuando miro sus ojos, veo pasar por ellos
muchos recuerdos y se le humedecen cuando me habla de ellos.
—Viene
usté a presenciar <<Les Festes de
Sant Joan>>?
—Sí,
sí, contesta Brisa girando la cabeza para admirar el azul profundo y
maravilloso del mar.
—Es
un espectáculo digno de ver, los alicantinos agradecemos la presencia de los
turistas y yo espero que disfrute de una noche mágica. Quién sabe, tal vez
entre el calor de las hogueras, la algarabía de la gente, las risas y cantos alegres,
encuentre el amor— dijo el sonriente conductor.
—Mmm…
estoy entusiasmada con las fiestas, mi abuelo me ha hablado siempre de lo
alegres y coloridas que son, pero eso de encontrar el amor… no, no estoy
buscando nada y no creo encontrarlo aquí.
—Nunca
se sabe niña, el amor se esconde en cada recodo del camino y tal vez brote como
una llamarada y se instale en su corazón.
Ambos
ríen mientras a su paso desfilan las colinas que contrastan con el azul intenso
del Mediterráneo.
Brisa se hospeda en el hotel y duerme
profundamente después de un viaje tan largo.
Casi
del otro lado del mundo, Agustín aborda el vuelo que desde Sydney, previas
escalas, lo depositará en Alicante. La primera vez que este esbelto muchacho
rubio de grandes y profundos ojos claros salió de su ciudad natal, lo hizo en
compañía de sus padres y abuela. Viajaron muy lejos, a ese país llamado
Argentina, donde tiene parte de sus raíces y de su historia. Esta vez,
emprendía un largo viaje, pero lo hacía solo, acompañado por relatos escuchados
y entusiasmado por vivir esa experiencia que tantas veces la abuela le había
contado.
Esa
abuela lo había convencido de que participara de esos festejos espectaculares,
que se remontan a tiempos pasados, donde los labradores celebraban el día más
largo del año para la recolección de las cosechas y la noche más corta para la
destrucción de los males. Así recuerda Agustín las historias escuchadas.
Después
de casi un día viajando, llega a su destino, que lo recibe mostrándole sus
montes rocosos, sus barrancos, vaguadas y sus ramblas, además de sus
maravillosas playas y calas.
—Tiene
razón mi abuela—, piensa Agustín mientras el bello paisaje desfila raudamente
ante sus ojos, esta tierra es bellísima.
Al
llegar al hotel y luego de un reconfortante baño se desploma sobre la cama
hasta el siguiente día.
Todo
está preparado ese 20 de junio en Alicante. Desde temprano comienza la
“plantá”. Cada hoguera está siendo armada, colocada en cada barrio, para que
todos puedan verlas y admirarlas antes de la “cremá”. Inmensas, coloridas,
llenas de creatividad.
Los
turistas y los lugareños sienten un placer especial al ver quemarse los ninots,
creen que de alguna manera se desprenden de malas vibraciones, se purifican.
Los muñecos tienen un aire satírico que predispone a todos al buen humor, a
comentarios jocosos y a risas compartidas. Las <<Bellea del Foc>>
de cada barrio, son admiradas por sus típicos y costosos vestidos y por su
singular belleza.
Brisa
recorre embelesada cada rincón, no puede creer la alegría que allí reina, todo
está impregnado de una energía que se transmite por el aire y hace que el
cuerpo dance al ritmo de la música contagiosa que ofrecen las diferentes
bandas. Las “portadas” de cada barraca iluminan su rostro y dibujan una mueca
de admiración al ver tanta imaginación puesta en la elaboración de las mismas,
y el atractivo que ofrecen a la vista.
Agustín,
repuesto del viaje, degusta una bebida tradicional en una barraca popular,
denominada por los alicantinos <<paloma>> .
Son
días de bullicio, de fiesta inolvidable.
Cada
uno por su lado recorren la ciudad, se emocionan ante el espectáculo de la
ofrenda floral a la Virgen de los Remedios y se asombran ante el estruendo que
produce la <<mascletá>>.
Son
cuatro jornadas intensas hasta el final, cuatro días de festividad que quedan
grabados para siempre como un espectáculo increíble.
El 24 de junio, cuando el sol comienza a
esconderse, la gente se va agrupando alrededor de los ninots, esos monumentos
confeccionados con cartón y madera, de características burlescas, esperando la
famosa cremá que se producirá a las 12 de la noche.
Brisa
y Agustín se encuentran entre esa multitud. Ella ha perdido el abrigo. Agustín
tropezó con él y lo colocó en alto, para ver si aparecía la persona que lo
había perdido.
—¡Es
mío, es mío!— escucha a sus espaldas. Se da vuelta y ambos quedan mirándose, y, en la profundidad de esos ojos
claros, una chispa se enciende.
—¡Qué
suerte que lo encontraste!—dice Brisa sonriente mientras Agustín queda
petrificado ante su belleza y simpatía.
—No
eres de aquí, ¿verdad?—pregunta el muchacho ya repuesto del impacto.
—No,
contesta Brisa, soy argentina, pero vos tampoco sos de acá.
—No,
soy australiano, pero mis abuelos y mi padre son argentinos. ¡Qué casualidad!
—¡Ah!
Entonces conocerás bien mi país, habrás ido varias veces. Hablas bastante bien
el castellano
—
Sí, claro, he ido un par de veces, pero es un viaje demasiado largo y no hay
muchas oportunidades de hacerlo. En casa hablamos mucho en español, aunque mi
gramática es fatal.
—¿Cómo
se te ocurrió venir a ver este espectáculo?,—pregunta Brisa mientras mira la
hora en su móvil.
—Mi
abuela siempre habla de las tradicionales hogueras alicantinas. Ella estuvo
aquí hace muchos años y tiene recuerdos maravillosos de esta celebración.
Siempre me dijo que debería verlas, aunque fuera una vez en la vida, que lo
hiciera por ella.
—Otra
casualidad, mi abuelo también tiene recuerdos muy hermosos de una vez que vino
a presenciarlas y estaba muy feliz de que yo hubiera decidido venir.
—¿Cenaste
ya?— porque yo estoy sintiendo ruidos en el estómago y ese olorcito que viene
de las barracas me estimula el apetito— dice la muchacha mientras se frota el
estómago.
—Buena
idea, contesta Agustín. Busquemos algún lugar donde probar la coca y tomar anís
con hielo.
Ambos,
imbuídos de una alegría inigualable, con los rostros alegres y sonrojados por
la ansiedad de esa juventud maravillosa, se sientan a degustar las típicas
comidas de esas celebraciones :<<soparet alicantí>> y <<coca
amb tonyina>>
Conversan
sobre sus vidas, encuentran muchas coincidencias y afinidades.
Ambos
son amantes de la lectura y gustan de escribir. Ella es médica y está
escribiendo sobre temas pediátricos. Él, abogado, escribe sobre historia de los
pueblos originarios.
Comparten
el gusto por la naturaleza, por los viajes y por todo lo que tenga que ver con
lo humanístico.
—Ahora
que hemos saciado nuestro apetito, vayamos a ver los fuegos—dice Brisa llena de
entusiasmo, tomando a un desprevenido Agustín de la mano.
Los
dos corren hacia donde el gentío baila y canta y se contagian con esa música y
esa alegría. Las calles desbordan de gente, las fogatas encendidas dan a la
ciudad un aspecto imponente y los jóvenes se mezclan a cantar y bailar entre la
multitud que colma la calle Alfonso el Sabio, donde destaca la hermosa portada
de la barraca “Les Chuanos”. Allí, Brisa y Agustín, como el resto de los
jóvenes, piden deseos y se detienen a mirarse con los ojos encendidos de
alegría, y de algo más que iba despertando en esa inolvidable noche de junio.
—¿Sabes
que si nuestros deseos son pedidos con mucha fuerza y fe se cumplirán?
—Cerremos
los ojos entonces y pidamos que la vida nos permita la magia de un nuevo
encuentro.
Y
así, abrazados y en silencio, elevan desde lo más profundo de sus corazones ese
romántico pensamiento.
El
Ayuntamiento, San Blas, Benalúa, calles que recorren admirando a los ninots,
abarrotadas de gente y de ruidos, y, el fuego que danza despidiendo chispas
rojas, amarillas y azules, son testigos ocasionales de confidencias, de besos y
caricias en esa noche que no desean que llegue a su fin.
Él
la mira y tomando su cara entre las manos, deposita un suave pero apasionado
beso sobre los labios de esa hermosa niña de la que ya se ha enamorado.
Brisa
se sorprende, pero entrelaza sus brazos alrededor del cuello de él y responde
con emoción a ese beso que le quema y le recorre el cuerpo. Se miran con algo
de incredulidad por el hecho producido.
—Sentí
necesidad de besarte, de decirte que tus ojos me hechizaron y que el calor de
estas hogueras me impulsan a decirte, sin equivocarme, que te amo. Decirte que
esperaré el tiempo necesario para que volvamos a encontrarnos, decirte que te
tengo desde este momento en mi corazón para siempre—. Ella sonríe tímidamente
primero y luego, una carcajada sale de su boca.
—No
puedo creerte, recién nos conocemos
—Sí,
es cierto, pero algo mágico despide esta candelada y me hace comprender que me
enamoré perdidamente de esta maravillosa mujercita que esta noche tan especial
y brillante ha puesto en mi camino
—Ella
lo mira con ternura y le acaricia el rostro suavemente.
—Dejemos
que el tiempo decida, no olvidemos que la distancia que nos separa es mucha.
—Es
cierto, pero estoy seguro que no podré olvidarte y que la lejanía acrecentará
mi amor.
Volvieron
a besarse apasionadamente en esa fascinante noche, donde las hogueras que
sirven para purificar y dar más fuerza y energía al sol, les transmitían el
poder especial del amor.
El
amanecer de un nuevo día los ubica en la realidad. Con los zapatos en la mano
emprenden el regreso al hotel, después de una maravillosa noche.
El
desayuno es casi silencioso. Los ojos claros de los enamorados están velados
por las lágrimas y una sombra de tristeza se ve dibujada en sus rostros.
—¿Cuándo
podremos volver a encontrarnos?—pregunta él con voz temblorosa.
—No
lo sé… es imposible poder fijar una fecha. Estamos demasiado lejos.
—Nada
es imposible si crees. Mi abuela siempre me dice eso.
—Sí,
puede ser, contesta Brisa enjugándose las lágrimas que no puede contener.
Se
levantan y tomados de la mano cruzan el hall del hotel. Allí, en un rincón, un
gran globo terráqueo destaca entre floreados sillones.
—Vení,
dice ella con una tenue sonrisa. Se acercan al adorno y Brisa continua
diciendo:
—Hagamos
girar el globo, cerremos los ojos y coloquemos un dedo, donde se apoye, en ese
lugar nos encontraremos.
Y
así lo hicieron. Al abrir los ojos, grande fue su sorpresa al ver el destino:
Caribe.
Ríen
los dos a la vez y se abrazan llenos de esperanza.
—Le
diré a mi abuela que me acompañe, ella tiene recuerdos hermosos de algunas paradisíacas playas. Siempre cuenta que nunca
podrá olvidar un viaje en especial, con ese mar turquesa, con la luna
delineando un sendero de plata y las blancas arenas hundiéndose bajo sus pies.
Además, me gustaría que te conozca, estoy seguro que le vas a encantar, como
ella suele decir.
—Muy
buena idea Agustín. Tal vez mi abuelo me pueda acompañar. Él en su juventud
también disfrutó de muchas playas y sé que el agua cálida le satisface mucho.
Cuando le cuente nuestro romance también querrá conocerte, ¡porque es celoso de
mí!
—Mi
abuela no sé si es celosa, tal vez en algún momento de su vida lo haya sido.
Pero de vos, Brisa, no tendrá celos, porque estoy seguro que pensará que sos la
novia ideal.
Y
diciendo esto, se besan con la fuerza del amor recién nacido, con la rabia de
tener que alejarse, mezclando lo salobre de las lágrimas con la dulzura de sus
labios.
Cada
uno emprende el largo regreso a casa. Dos aviones dándose la espalda, dos
jóvenes esperanzados con un nuevo encuentro: 5 de mayo. Casi un año deberán
esperar.
Durante
ese tiempo, sin duda habrá cientos de horas pasadas acariciando un teléfono
como si fuera la mano del ser amado, muchos días de risas y también de llantos,
pero no morirá el deseo de un nuevo encuentro, deseo que se agigantará en el
tiempo y la distancia.
Ambos
se duermen con una sonrisa, recordando las promesas, soñando con el mañana.
En
ningún momento ninguno preguntó, el nombre de sus abuelos.
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