―Apagué la luz solo por vergüenza, porque no quiero verte a
los ojos nuevamente, porque volvés a torturarme con lo mismo.
―Entonces, te lo
voy a repetir una vez más, a ver si lo entendés. Este es mi espacio, mi casa,
mi reino, mi lugar. ¿Te quedó claro?
―Como el agua. Clarito como el agua
Morandi, si me lo venís repitiendo desde que tengo memoria. Y sordo no soy.
La
vida es una caja de sorpresas no siempre gratas. Para mí, al menos, que soy
menos que un escarabajo aplastado por una chancleta enorme.
No, no exagero nada, en serio. Es lo que me tocó y lo asumo
con honestidad, aunque soy consciente de que las cosas podrían haber sido
distintas si mi origen hubiera sido muy otro. Nací en cuna de oro; bueno, al
menos eso decía mi difunta madre, que en paz descanse. Pero me crié en la
miseria absoluta, rogando por un vaso de agua y algo de comer.
No fue culpa
tuya, ya lo sé, ni te lo estoy reclamando. Solo estoy diciendo que la cosa
estuvo más que fulera y complicada.
Madre murió cuando teníamos cinco y nueve
años. Neumonía fatal, pobrecita.
Luego de padecer por quince días la enterramos
en un nicho prestado del cementerio Central.
Tú y yo. Solos.
Los hijos…
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